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“Con la paz construimos una nueva casa, pero los que íbamos a vivir ahí éramos los mismos”
¿Por qué 25 años después de la firma de la paz, El Salvador parece hundirse en violencia y desigualdad? El criminólogo salvadoreño Carlos Carcach analiza las causas de nuestra violencia a través de un recorrido histórico por las desigualdades del país. En ese recorrido, Carcach plantea que la violencia siempre ha sido la última opción para solucionar nuestros problemas, una consecuencia para una sociedad a la que le cuesta entenderse.
Carlos Carcach llegó a la criminología casi por accidente, después de rebotar en otras disciplinas como la administración de empresas o la estadística. En los años 80 estuvo en la Comisión Revisora de la Legislación Salvadoreña, pero luego buscó nuevos horizontes, cruzó el mundo y se fue para Australia. Ahí encontró trabajo en la oficina estadística de la capital, Canberra, en donde experimentó lo que él llama una 'fusión' que derivó en la publicación de sus primeros artículos en consagradas revistas académicas como el Journal of Quantitative Criminology y el British Journal of Criminology. Después de muchos otros saltos por oficinas e institutos públicos de Australia y Estados Unidos, Carcach logra llenar una hoja de vida de 15 páginas Word con títulos de estudios y publicaciones. “Este recorrido me ha llevado de la estadística a moverme entre la economía y la criminología. En resumen, sin tener estudios formales en criminología, la comunidad internacional me reconoce y acepta como criminólogo”, dice.
Desde su oficina en la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN), un instituto privado de educación superior en El Salvador, Carcach explica sus teorías pesimistas sobre el curso del país. Él, quien por años ha invertido tiempo buscando patrones y tendencias en la historia salvadoreña, quizás tiene razones para ello. "Como resultado de los Acuerdos de Paz construimos una nueva casa, el problema es que los que íbamos a vivir en la casa éramos los mismos. La casa era linda, pero cuando había que hacer los jardines ya los jardines no los pudimos hacer igual, y quedamos rodeados de basura", dice.
Para Carcach, a la base de toda la inseguridad y la violencia actual está que siempre la sociedad salvadoreña ha desdeñado y no ha combatido sus grandes desigualdades y diferencias. Nunca el Estado ha sido capaz de anular las inconformidades de los más desfavorecidos. "Ha habido siempre una concentración excesiva de la riqueza, y de alguna forma existen grupos al estilo de las monarquías que creen que por herencia un lugar les pertenece", dice. Y así como esta, Carcach tiene ideas desde la migración, desde la educación, desde la organización comunitaria... Y también algunas palabras contra proyectos revolucionarios: "Hay gente de izquierda que cree a ciegas que no importa cuántos siglos pasen, vamos a llegar a la última etapa de la teoría materialista de la historia, al comunismo (...) Esto se ha convertido en un grupo tratando de echarle zancadilla al otro grupo", dice.
Una solución para el país, dice este profesor de Estadística y Econometría, es que la ciudadanía controle como nunca antes en la historia de la república a su clase política, sus decisiones y personajes. A eso se refiere cuando dice que la historia le está dando a El Salvador la última oportunidad. Habla de las pandillas como un Estado paralelo que solo puede erradicarse fortaleciendo la presencia del Estado oficial: "Necesitamos fortalecer comunidades, mejorar la funcionalidad de las familias, y lógico, para eso necesitamos un sistema educativo distinto, lugares de trabajo diferentes".
En sus investigaciones uno ve las estadísticas compiladas de homicidios desde 1965 y es fácil concluir que la sociedad salvadoreña siempre ha usado la violencia para resolver conflictos. ¿Somos ‘malos’ por naturaleza?
Yo no diría que somos violentos como sociedad, pero las condiciones que han determinado la formación social y económica de El Salvador, de alguna manera, han generado una sociedad en la que existe una predisposición muy fuerte a recurrir a la violencia para ganar posición respecto de cualquier asunto.
¿Desde la era prehispánica?
El Salvador parece haber sido asiento de naciones indígenas sometidas o al servicio de grupos indígenas más poderosos. Era un territorio que parece haber sido un corredor importante para lo económico, lo social, las migraciones y hasta para el tránsito de especies animales, pero también era un lugar de encuentro de diferentes grupos. Y muy probablemente también era un lugar con un grado de inestabilidad poblacional más alto que otros lados. La llegada continua de extraños, de gente de afuera, contribuye a generar una sociedad desconfiada. Además, lo atractivo del lugar, probablemente, hace que civilizaciones más poderosas, es también el caso de los españoles, hayan ejercido violencia para someter a los que estaban establecidos acá.
¿Una sociedad históricamente migrante tiende a ser violenta?
La teoría criminológica tradicional dice que en comunidades donde hay muchas entradas y salidas de la población, lugares donde hay bastante desigualdad entre los residentes, donde existen también disparidades demográficas son lugares donde vamos a tener más criminalidad porque reúnen condiciones para que el conflicto más básico aflore, que es el conflicto por el espacio, que es el conflicto para realizar actividades. Con instituciones como la encomienda durante la conquista, el indígena se ve desposeído, primero, de su tierra y de sus bienes; segundo, de la capacidad propia para resolver sus problemas, porque todo viene del encomendero, quien tenía la obligación de velar por los que están bajo su cuidado. También se dice que se usó el alcohol para dominar a estos grupos aunque uno se atrevería a decir que ya había un consumo alto de alguna forma de bebida alcohólica. Al final, la persona no tenía nada porque todo le pertenecía o a la encomienda, o a Dios, o a la Iglesia; después le pertenece al añilero y lo que le va dejando es la propiedad comunal.
Y esa propiedad también se extinguió.
Llegamos al elemento clave, la introducción del cultivo del café en los años mil setecientos y algo, y la abolición de las tierras comunales. Este fenómeno es quizás el acto de desposesión quizá más grave, más grande, en la historia salvadoreña, y eso es lo que comienza a dar origen a una violencia vinculada o relacionada con la propiedad de la tierra y también a la criminalización de esa violencia por parte de los terratenientes, de los cafetaleros, y el uso del Estado como un medio de dominación. La destrucción de esta cultura milenaria, sin que estos grupos pudieran hacer nada, viene a reforzar más aquella idea de que yo no puedo confiar del otro porque no sé qué es lo que va a pasar. Dentro de esto aparece la respuesta a violenta ante cualquier conflicto.
¿Y desde el siglo XVIII el Estado ha fallado, una y otra vez, en diseñarse para que pueda atacar esos síntomas de violencia o expresiones de violencia? En Nicaragua y Costa Rica las sociedades son tranquilas si se le compara con el Triángulo Norte.
Pienso que la falla estriba en la incapacidad que hemos tenido en resolver esos grandes problemas. Parezco grabadora porque siempre hago referencia a la abolición de las tierras comunales. Desde el Estado se elimina esa forma de propiedad que era lo último que les venía quedando, y no se les da una respuesta razonable y tampoco sé cuál pudo haber sido. Eso genera un descontento social porque equivale al exterminio de una cultura, pues la relación entre el hombre y la tierra en El Salvador ha sido determinante y parte central de la historia y de los pueblos nuestros. A principios del siglo XX casi el 100 % de la tierra apta para el café estaba cultivada y si esa era toda la tierra indígena entonces qué les dábamos a ellos. Ahí surge un conflicto al cual, simplemente, se le puso una sábana y se dejó dormir. ¿Por qué? Porque los indígenas eran débiles, porque eran borrachos, porque eran vagos, por lo que fuera, no tenían la capacidad de responder. Y eso comienza a acumular descontento que deriva en los sucesos de 1932 y, de vuelta, ¿qué ocurre ahí? Lo que ya sabemos, otra respuesta de violencia. Luego se tira otra sábana encima y ese descontento sigue acumulándose hasta que llegamos a la guerra civil.
¿La debilidad del Estado es lo que diferencia a El Salvador de sus hermanos centroamericanos?
Para mí, las raíces de todo esto están en esa incapacidad del Estado para poder satisfacer las necesidades más sentidas de la gente. Es decir, nuestras instituciones políticas no han sido capaces de dar respuesta a esas demandas que han ido surgiendo. En ese trabajo de 2008, uno ve que en el año 1965 había grandes concentraciones de homicidios en aquellos municipios que son más cafetaleros, pero en algún otro estudio más reciente, lo que uno puede ver es que alrededor de estos municipios se comienzan a generar conglomerados de municipios o de comunidades más violentas.
Un intento de quiebre fueron los Acuerdos de Paz. Hay quienes dicen que hay acuerdos que no se cumplieron, y que quizá necesitamos un nuevo pacto. La Constitución es un molde que pareciera necesitar revisión. ¿Usted diría que el modelo político-socioeconómico que tenemos es ya obsoleto? No por nada la Sala de lo Constitucional ha estado transformando el país a punta de resoluciones que algunos señalan como exageradas en cuanto a su alcance.
Comencemos por los Acuerdos de Paz. Fueron resultado de que la Guerra Fría llegaba a un final y ya no iba a haber soporte económico para ninguna de las dos partes. Luego, el modelo constitucional de 1983 surge en medio de la guerra y surge como una respuesta ante la posibilidad de que el FMLN ganara o ante la posibilidad de que una vez terminado el conflicto el FMLN se iba a tener que incorporar a la vida política salvadoreña. Esa constitución de 1983 lo que hizo fue ponerle límites a lo que podía pasar. Pero además, ese modelo trasladó poder del Ejército a los partidos políticos, y los partidos parecen no haber tenido la capacidad de manejar adecuadamente ese poder, y se ha necesitado la intervención del poder de los jueces. El problema central es que como la guerra no tuvo ni un vencedor ni un vencido, no hubo manera de poder modificar las estructuras que se tenían que modificar para sentar las bases de una sociedad más justa.
Me dice, entonces, que los Acuerdos no reflejaban el camino a una sociedad más justa.
Mire, los Acuerdos reflejan la voluntad de un gobierno de aquella época y de otros combatientes de que había que parar porque ninguno de los dos iba a ganar y por lógica ya nadie se iba a favorecer de eso. Y lo relaciono con el tema de la violencia. Durante la guerra se desarrollaron mercados ilícitos de armas, mercados ilícitos de drogas. Una guerra no solo son fusiles, sino también rutas de contrabando, se generaron una serie de estructuras necesarias para sostener a los grupos en combate, en especial, a la guerrilla. Eso no se desmanteló con los Acuerdos de Paz. Después de 12 años, en ciertas zonas del país, había personas que lo único que sabían era disparar o apretar el gatillo, y el tratamiento psicosocial que todos estos grupos pudieron haber necesitado cuando se desmovilizaron, no se dio.
Los elementos de los cuerpos de seguridad también quedaron en el aire.
Claro, y quedan resentidos, porque aquí hay otra cuestión. Se le echa la culpa a la Guardia Nacional, a la Policía de Hacienda, a la Policía Nacional pero en una estructura militar usted obedece órdenes, y quienes desnaturalizaron estos cuerpos de seguridad no fueron los agentes. No creo que un guardia tuviera la capacidad para poder decir: "no'mbre, yo solo voy a hacer atrocidades". Lógico, había mandos militares sobre ellos que usaron los cuerpos de seguridad para reprimir a la gente, se desnaturalizó todo. Si uno se olvida que se llamaba 'Guardia Nacional' y se concentra cómo funcionaba todo ese modelo de seguridad pública, de control territorial, pues uno diría que funcionaba. Un guardia siempre andaba a pie, y en el camino a su lugar de trabajo iba observando el territorio, registrando eventos: que si en una casa había un enfermo, que por allá había una persona nueva en un lugar. Luego, entiendo, informaban a Salud, informaban a quien fuera... ¿Quién está haciendo eso ahora? Las pandillas.
¿No es trágico que la presencia del Estado haya sido en forma de 'Guardia Nacional'?
Pero eso es lo que ha pasado siempre, la ausencia del Estado en el territorio. El Estado no tiene la capacidad de garantizar la seguridad de la gente en zonas rurales porque, como usted dice, los cuerpos de seguridad salen en desbandada. Lo terrible era que el grado de corrupción y descomposición y de indisciplina en las Fuerzas Armadas llegó a ser tal que prácticamente todos estaban en el negocio de matar. Era secreto a voces que usted podía ir donde un batallón y si a alguien no le caía bien, allá había quienes por una cantidad de dinero le hacían el favor. Y luego se le echaba la culpa a los guerrilleros, los terroristas... igual que ahora que se le echa la culpa a las pandillas. Entonces este manejo inadecuado y esta facilidad con la que pareciera que nosotros como sociedad nos descomponemos, y que estamos dispuestos a olvidar reglas, buenas maneras, generan un clima de sálvese quien pueda, en donde la única forma, para muchos, de poder hacer valer lo que creen -de manera errónea- que son sus derechos, es la violencia.
¿Hasta dónde llegaremos?
Más de alguna vez he dicho que la salvadoreña es una sociedad violenta y seguirá siendo violenta. Aquí todo se ve como negocio y no le prestamos atención a las cosas. Viendo las cifras de las estadísticas de la Policía, noté en algún momento que de un año al otro el número de homicidios cometidos con arma de fuego aumentó drásticamente. Y nadie le prestó atención a eso. Estamos hablando del año 2004, 2005. Son cambios que se deben dar por alguna razón.
¿Hay lucro en la violencia?
¿Se acuerda cuando los medios le prestaban atención a los robos de celulares? Claro, los robos aumentaron porque la gente los denunciaba más porque querían cobrar el seguro. Y de repente, el problema no desapareció pero ya se volvió una cosa endémica, natural. Entonces, después de los Acuerdos de Paz quizás creímos que era un problema de una generación y que el problema iba a desaparecer cuando esa generación se fuera, pero se nos olvidó el problema de que hemos venido acumulando inconformidades a lo largo de nuestra historia.
Tras los Acuerdos se reformó la ley para aumentar las penas para criminalizar a los jóvenes. Como que el Estado no estaban muy a favor de volverse garantista, mirar a futuro.
Es lógico, y esto es especulación mía: ¿Cuántos huérfanos quedaron? Uno no sabe. Los cambios en el modelo de Policía y las instituciones del sector justicia tuvieron gran influencia, y por otra parte, ya estábamos en una época en la que hubo experiencias previas -como ocurrió entre 1994 y 1995, particularmente- en que el número de homicidios llegó casi a los ocho mil. Surgieron muchas explicaciones: como que eso era normal en sociedades postconflicto y que eso iba a disminuir por efecto de que se estabilice la sociedad. Y, probablemente, ante niveles tan altos de violencia, un gobierno que tenía innumerables problemas para recuperar la economía, para reconstruir instituciones, y que también tenía estos niveles tan altos de violencia, al final recurre a esta especie de agenda "Law & order", que es lo que ha dominado el debate en las respuestas del Estado ante la criminalidad en los países anglosajones. En Estados Unidos, la caída de los índices de homicidios en los años noventa se debió a la disminución de la cantidad de jóvenes en la población y al uso intensivo del encarcelamiento. En El Salvador, el debate fue “queremos una sociedad en la que el orden social esté asegurado, pero el origen del delito está en condiciones que afectan la organización social de los lugares y esto es agravado por la debilidad de las familias…” Todo ese debate creo que de alguna manera influyó.
Quizás aquí no fue tan elaborado. Sencillamente se respondía a una efervescencia colectiva. Incluso con intereses políticos.
Claro, ante un aumento en la criminalidad había que hacer algo. Pero recuerde que muchas de las reformas a la legislación, sobre todo al Código Procesal Penal, que introduce la oralidad en los procesos, buscaban tener procesos penales más expeditos para reducir los excesivos números de personas privadas de libertad esperando a ser juzgadas y a tener una sentencia. Algún abogado dirá que avanzamos un montón en término de legislación en materia penal, pero quizás era demasiado lujo para el tipo de problemas que nosotros estábamos teniendo.
Perdón. ¿Lujo en qué sentido?
En el sentido de que usted para poder tener un sistema de justicia penal eficiente necesita un ejército de jueces, de secretarios, de notificadores, de todo lo que quiera. En términos generales, se instaló una burocracia grande, y lo que hacía una persona antes hoy lo hacen como cinco, y el sistema sigue saturado.
Pero la oralidad sí permitió más garantías a los procesados.
Claro, pero nunca se tocó lo que para mí estaba en el corazón del problema. El juez no es el único protagonista, hay todo un grupo que está ahí haciendo trabajo, hay fiscales, hay defensores, hay secretarios… todo un grupo que debe hacer un trabajo que no cambió mucho. Yo me atrevería a decir que tuvimos demasiado de algo muy bueno, y era tan bueno que no teníamos la capacidad de consumirlo.
¿Incapacidad por negligencia o por qué?
Por falta de recursos. Aquella máxima de que todos somos inocentes hasta que se nos demuestre lo contrario en juicio, eso no se cumple, ni se ha cumplido nunca. En los años ochenta trabajé en la extinta Comisión Revisora de la Legislación Salvadoreña, y en 1985 se publicó un estudio en el que El Salvador aparecía en tercer lugar con la tasa más alta de personas detenidas procesadas en los centros penales. El cuello de botella estaba en los secretarios de los tribunales, en el sistema de defensoría pública que había, e incluso en los jueces que prácticamente obviaban la idea de la presunción de inocencia. Eso no es algo que se ha resuelto, sino que creo que está peor porque ahora la política es de agarrar gente y recluirla durante seis meses para que la Fiscalía investigue en el plazo de instrucción, y si esta no alcanzó a investigar piden otros seis meses al juez.
Pero también hay cambios en el sector justicia. Por mencionar algo evidente, la Sala de lo Constitucional.
Yo le decía a alguien hoy, precisamente, que sin ser islámicos ahora el riesgo es tener el gobierno de jueces, y después solo falta que venga el gobierno de los pastores y los sacerdotes. La Sala está haciendo la plana a la Asamblea Legislativa y al Ejecutivo.
¿En la idea de pesos y contrapesos, no es positivo que al menos ahora exista como contrapoder? Antes permanecía supeditada a la estrategia del Ejecutivo.
En alguna discusión con alguien que está en uno de esos lugares que hemos mencionado, pero antes de que estuviera ahí, le decía que necesitamos es una revisión a todo el andamiaje institucional, porque el modelo que tenemos es un modelo en donde los partidos políticos, como expresión de la voluntad popular, son los que llevan la voz cantante a través de la Asamblea Legislativa. Pero el problema es que la regla de proporcionalidad evita que un partido tenga la mayoría y eso obliga siempre a una negociación, pero no lo hace como debería. Ha habido casos extremos en que la sentencia de la Sala le dice a la Asamblea qué es lo que tiene que decir en el decreto, hasta la formulita le hace. Eso nos dice que algo no está funcionando bien. Ahora, no tenemos muchas opciones de revisar diseños institucionales porque ¿con qué nos podríamos quedar? Un presidencialismo no nos funciona, una partidocracia no nos funciona... no creo que queramos estar en manos de los sabios, de los jueces. Nada de eso parece que nos funciona. Entonces la solución está en que la sociedad, sin necesidad de llegar a extremos de protesta, de revueltas, presione a los políticos a que hagan su trabajo como lo tienen que hacer, o a cambiar a los políticos.
Todo mundo plantea que los Acuerdos crearon un nuevo país. Pareciera todo lo contrario.
Como resultado de los Acuerdos de Paz construimos una nueva casa, el problema es que los que íbamos a vivir en la casa éramos los mismos. El señor seguía siendo el mismo señor que había estado antes, durante la guerra, y probablemente desde antes de la conquista. Y el criado había sido el mismo que había estado. Estos dos no cambiaron, ni su entorno. La casa era linda, sí, pero cuando había que hacer los jardines, ya los jardines no los pudimos hacer igual, entonces nos quedó la casa linda rodeada de basura porque no lo pudimos… Sonará bien pesimista lo que voy a decir, pero quizás es la última oportunidad que la historia nos va a dar a los salvadoreños de ser los agentes de nuestro propio destino. Está más que claro que no podemos dejarle a terceros las cosas que nos afectan. Nosotros tres que estamos aquí creo que somos parte de un sector privilegiado de la sociedad, somos inmunes a muchas de las cosas que ocurren a nuestro alrededor, pero las cosas que están abajo, esas están igual o peor de como estaban antes.
Habla de que es la gente, la sociedad, la que debe darle rumbo a este país. El problema es que la gente se está yendo, o se quiere ir.
Aquí vamos de vuelta a las regularidades históricas: el país ha sido un país de altas migraciones, siempre. Hay familias cuyo primer emigrante a los Estados Unidos usted lo puede ubicar en los años 1917, 1918. Como sociedad tenemos el problema de que no conocemos nuestra historia y no aprendemos de nuestra historia, porque esta situación que estamos viviendo es casi la misma situación que vivimos en los años veinte, y en ese tiempo tuvimos flujos migratorios importantes, para Honduras, para Estados Unidos. O sea, quizás por estar en esta parte del planeta y por ser parte de ese corredor del que hablábamos antes, estamos expuestos a ver a otros que vienen de otros lugares y quizás eso nos hace aspirar a querer ser como otros.
La proporción de gente que se quiere ir del país se ha agravado. Estamos hablando del 80%.
Primero, hay quienes tienen la posibilidad más alta de migrar porque tienen parientes, amigos que conocen o que están relacionados a otros migrantes. Segundo, hay un efecto de imitación, de decir que aquel que se fue está bien y entonces yo me voy a ir. Hasta la década anterior, las tasas altas de emigración estaban en los municipios del oriente del país, y eso va generando comunidades, y eso va generando redes de apoyo. Y esto se agrava con el aparecimiento de la pandilla y la expansión territorial de la pandilla. Lógico es que el país no tiene la capacidad de generar arraigo entre las personas. Hay una facilidad con la que ante una situación que no nos es favorable, por cualquier razón, decidimos irnos. Y sobre esto deberíamos tener gobiernos que pudieran sacar provecho de esas cosas. La emigración nos tendría que estar ayudando a nosotros a ser una sociedad en la que adoptar innovaciones es más fácil que en otras sociedades, y eso tendría que estarse traduciendo en tasas de crecimiento económico que no tenemos. Da la impresión de que en Estados Unidos los salvadoreños, la mayor parte, trabaja en la construcción o limpieza. Pero hay mucha gente que se ha educado bien y está expuesta a tecnología y a maneras más eficientes de hacer las cosas. Ese aspecto de la migración no lo estamos aprovechando.
¿Es el modelo el que favorece que este país expulse gente? Joaquín Villalobos dice en una columna que la crisis del país es de alguna responsabilidad de las élites egoístas que tiene El Salvador para mantener este esquema de exportación: a más remesas, más consumo en un país que se va compensando con la población a la que hay que darle servicios, educación, agua…
Si usted entendió mi ejemplo de la casa y quienes iban a vivir en la casa, por ahí iba yo. La formación económica y social de El Salvador nos ha llevado a un modelo en el que ha habido siempre una concentración excesiva de la riqueza, y que de alguna forma existen grupos al estilo de las monarquías que creen que por herencia un lugar les pertenece. El modelo salvadoreño siempre ha sido un modelo excluyente, siempre ha expulsado población. Este es un territorio pequeño, es una economía pequeña y, probablemente, como economía tan pequeña que somos, requerimos un modelo de económica en el que no se puede prescindir de estas élites. O sea, usted no puede hablar que aquí hay libre competencia, porque ya lo vio con las administradoras de fondos de pensiones (AFP). ¿Cuántas empezaron y cuántas hay? Porque el mercado no da para máS. Mientras sigamos en ese discurso de que tenemos que hacer las reformas estructurales, y que tenemos que eliminar estas cosas indeseables, creo que nos vamos a estar dando con la piedra en los dientes. Si no tenemos capacidad como país ni de ponernos de acuerdo para el próximo año, mucho menos vamos a tener la capacidad de vernos dentro de 100 años como sociedad. En toda sociedad hay personas muy ricas y hay personas muy pobres, pero para eso existe un Estado que si tuviera la capacidad podría transferir recursos de acá para acá.
Usted planteó en otro estudio que cuando ocurre un homicidio, el PIB per cápita pierde alrededor de 228 dólares. Otro dato: $4 mil 400 millones dice el BCR que es el costo de la violencia en el país. El dinero, prácticamente, se va por un desagüe. Si yo fuera empresario, seguramente me debería interesar resolver esto. ¿O acaso es mejor que se mantengan las cosas así como están?
Así como no creo que puede haber un gobierno tan malo como el que aparentemente tenemos, tampoco puede haber una mente tan maquiavélica y tan maligna, que pueda pensar en esos términos. De nuevo, nuestro problema tiene que ver con dos cosas. Primero, la estrechez del territorio y no solo me refiero a la extensión como tamaño de mercado, sino también a un lugar donde se realizan actividades económicas. En segundo lugar, creo que es esa actitud que siempre hemos tenido de dejar los problemas para más tarde, y aquella creencia de que va a haber una mano invisible que resolverá las cosas. He mencionado lo que creo que pudo haber estado detrás de la mente de alguien en aquellos años después de la firma de los Acuerdos de Paz: "Cuando esta generación se acabe, el problema va a estar resuelto". Sé de alguien muy influyente que en un momento determinado dijo algo así: "Es que ya reestructuramos la economía, y en toda reestructuración de la economía hay ganadores, hay perdedores. Estos perdedores son los que se van a ir al sector informal, y ¿quiénes son estos? Son los que no tienen la capacidad de poder insertarse en la economía, pero esta es una generación, en promedio tienen tantos años y por lo tanto, en equis número de años, esa generación se fue".
¿Eso lo dijo un empresario?
No fue un empresario.
¿Quién lo dijo?
Alguien que sale mucho en los periódicos. Esto solo tiene sentido si usted cree en la mano invisible y todo ese tipo de cosas. El tema es de costos versus beneficio. Y eso lo piensan nuestros empresarios. Nadie quiere tener estos niveles de violencia que nosotros tenemos, y ese estudio que usted menciona es un cálculo muy conservador. Si usted ahonda un poco más en ese estudio, por ahí nosotros hacemos una estimación de que para que una inversión sea rentable tendría que tener una tasa de retorno del 80, 85 %. ¿Qué negocio le va a dar el 85 %? Solo...
El capital malhabido.
Por eso le digo... Los Acuerdos de Paz simplemente detuvieron el enfrentamiento bélico y pasaron la guerra del plano militar al plano político. Hay gente de izquierda que cree a ciegas que no importa cuántos siglos pasen, vamos a llegar a la última etapa de la teoría materialista de la historia, al comunismo, y que ese momento va a llegar, y si ese es un grupo de un tamaño adecuado como para sostener un esfuerzo de estos, pues el negocio es bueno. Entonces esto se ha convertido en un grupo tratando de echarle zancadilla al otro grupo, en el que lo que importa es hacer estorbo. El problema, el gran déficit que tenemos en lo que se llama 'derecha', es que pareciera no existir una visión tan clara como la que pareciera existir del otro lado.
A propósito de la izquierda, cómo se explica que este gobierno que peleó por menos represión, bajo una bandera de que los derechos humanos deben respetarse, de que la fuerza del Estado no puede pasarse de la raya, ahora parece que han enarbolado una lucha en el combate a las pandillas que apunta a todo lo contrario: es lícito pasarse de la raya cuando se hace por el bien común.
Creo que ellos han descubierto que en estos tiempos el estar defendiendo una ideología determinada, o estar actuando conforme a una ideología determinada, no funciona para tener el poder. Necesito que voten por mí, y empiezo a básicamente a usar o hacer uso de estrategias populistas que son políticamente neutras. Al final lo que hay es un problema, y ese problema hay que resolverlo.
¿Y usted sí ve una disminución respecto del año pasado de homicidios?
No. Pienso que hay ciclos de violencia. Hay unas épocas de disminución, otras de estabilidad y otras de incremento. Ahorita uno no podría decir que hay una reducción por todas las cosas que han implementado en el sistema penitenciario con las medidas extraordinarias, pero no creo que esos operativos que hace la Policía estén detrás de esto. Pienso que esto tiene que ver con ciclos de la actividad de grupos del crimen organizado y del narcotráfico, que están estrechamente vinculados a las pandillas, y que esto es más resultado de una pausa estratégica de las pandillas que de lo que el gobierno está haciendo. Uno quisiera que lo que el gobierno hace funcione, pero cuando uno ve el comportamiento histórico de la tasa de homicidios, uno ve que hay ciclos. El Salvador el ciclo dura seis o siete meses. Seis o siete meses transcurren entre un valle y el siguiente valle, o entre el pico y el siguiente pico. ¿Qué es lo que pasa en ese tiempo? ¿Con qué tiene que ver? Eso es lo que está difícil de encontrar. Y si uno ve históricamente, los ciclos son de 43 años.
¡43 años!
Por nuestra misma incapacidad de dar respuesta adecuada a problemas que en un tiempo eran relativamente fáciles de resolver, hemos dejado que esto vaya creciendo, creciendo, creciendo.
Y vemos gente como Guillermo Gallegos que pide darle fuego a los pandilleros.
Ese es puro discurso político. Ellos están vendiéndose y comprando votos, no creo que nadie en su sano juicio pida eso.
Pero desde la política el discurso muchas veces ha sido violento. Recordemos a Francisco Flores cuando lanzó el Plan Mano Dura en la Colonia Dina: hizo la promesa de que no habría pandilleros en la calle.
Esa gran influencia que hay de esta estrategia de “ley y orden” que ha sido relativamente exitosa en los países anglosajones. El problema de la Mano Dura fue el preámbulo de la primera especie de tregua que hubo con los pandilleros, que es lo que entiendo que pasó en ese entonces. Creo que fue en el 98, por ahí, en que se registraron 98 muertes de policías. Y de ahí como que vino una tregua a raíz de esos eventos. El problema ha sido, parece, que el gobierno como que no ha cumplido con su parte de los acuerdos a los que llega con los muchachos, y viceversa. Eso ha llevado a los conflictos, y eso es lo que ocurre después de la famosa tregua en el 2012. Tengo la impresión, y ahí es la miopía del político, que ellos se sienten cómodos porque las tasas de criminalidad comienzan a bajar. Entonces en lugar de pensar en esto como un punto de partida para encontrar una solución más integral, quizás piensan: “están débiles, ¿verdad? Démosle, ya los desarmamos”. Esta secuencia de acuerdos, cumplimientos, incumplimientos, disconformidades, hasta llegar a nuevos incumplimientos, explica estos incrementos de violencia en ciertas épocas.
¿Usted ve una solución a la violencia en el corto plazo?
Lastimosamente no. Esto es como un cáncer que ha hecho metástasis. Eso que ve ahí [Carcach señala un pizarrón en su oficina] es un modelo matemático que estamos trabajando precisamente para explicar la expansión de pandillas, y viendo, el problema de la pandilla como un cáncer. Hay mucho que se puede aprender de otras literaturas. Por ejemplo, otro enfoque que me gusta mucho a mí es el estudio de las especies invasoras. A veces se ha querido eliminar a las especies exóticas y ya no se ha hecho a tiempo, y ya cuando eso viene y se han eliminado, entonces, eso empieza a afectar a las especies endémicas del lugar. Puede haber un tipo de solución y lo que menciona Salvador Samayoa: debe haber un mejoramiento de barrios, y eso sería un paso importante, por lo menos para ir mitigando. Necesitamos fortalecer comunidades.
¿Y cómo se hace eso?
Yo creo que todavía hay gente buena. Necesitamos mejorar la funcionalidad de las familias, y lógico, para eso necesitamos un sistema educativo distinto, necesitamos una escuela diferente, necesitamos probablemente lugares de trabajo diferentes. No creo que resolver el problema, con todo respeto, ande por la cultura de la integración. Porque no es un problema de que entre nosotros no nos entendemos, es un problema de que yo tengo poder, tengo posibilidad de tener acceso al poder… Que mi poder no es igual al tuyo es otro pisto. Eso es lo que está detrás.
Y detrás del poder hay corruptos.
Es indispensable combatir la corrupción, combatir los abusos de poder, erradicar la impunidad, una aplicación de la ley pareja para todo mundo.... Creo que esas son las cosas que nunca hemos hecho y que tendríamos que hacer. El problema es que siempre ha habido alguien que haga las cosas por nosotros... Siempre estuvo alguien: el encomendero, el cura, estuvo el alcalde, estuvo el partido, estuvieron los militares y hoy alguien ha de estar por ahí haciendo el papel de gran solucionador de problemas. Como que la gente al final ha aprendido que no vale la pena ni protestar ni reclamar porque siempre se fracasa. Entonces la sociedad salvadoreña necesita aprender, aprender, aprender... Y saber cómo lidiar con las especies invasoras. De repente habrá que convivir con ellos en algún momento. Ya hay lugares donde la gente convive con ellos, pues, y se comportan según las reglas de ellos.
Pero eso no es convivencia.
Eso es un yugo. La pandilla es el otro Estado.
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