Bernardo Arévalo no estaba convencido de que el Movimiento Semilla debía convertirse en un partido político. El gobierno de Otto Pérez Molina, a mediados del 2015, había comenzado a desmoronarse a merced de investigaciones judiciales que revelaron corrupción en sus entrañas y también por las masivas movilizaciones ciudadanas que exigían la renuncia de los gobernantes. El colapso del Partido Patriota abría un nuevo escenario para la oposición y la docena de académicos e intelectuales del Movimiento Semilla, al que pertenecía Arévalo, comenzaba a hacerse preguntas sobre su propio futuro.
En el fondo, la preocupación de sus miembros era evitar que “la plaza” —como se le llamó a aquella oleada de manifestaciones sabatinas— se quedara en eso, en gritos rabiosos y consignas, y se perdiera la oportunidad de articular una estrategia de miras altas, que intentara, por difícil que sonara, transformar el Estado. Había tres corrientes internas en Semilla. Una, que decía que era mejor convertir el grupo en un tanque de pensamiento; otra, que creía que era mejor transformarse en movimiento social; y una tercera, que proponía la idea de construir el partido.
“El mismo Bernardo prefería, ya no recuerdo si el tanque de pensamiento o el movimiento social, pero no estaba convencido de construir un partido… ¡paradójicamente!”, dice Román Castellanos, ahora subjefe de los cinco diputados de Semilla, exprofesor de ciencias políticas de la estatal Universidad San Carlos.
El debate sobre el futuro de Semilla fue prolongado y duró algunas semanas, aunque formalmente el momento de votar ocurrió en una sola sesión, una tarde en la Casa Cervantes de la Zona 1 de la capital guatemalteca. La decisión de ser partido causó la primera gran transformación en el grupo. “No es que se haya dividido el movimiento, pero había una mayoría que estábamos convencidos de que había que ser partido”, dice la escritora Anabella Giracca, fundadora y dirigente de Semilla, y quien hasta mayo de 2022 fue secretaria de comunicaciones. Quienes no continuaron eran personas que por sus trabajos no podían estar en un partido. “Continuaron apoyando desde otros espacios”, dice Giracca.
Pese al resto de opciones, la inclinación hacia la política partidaria había estado presente desde el comienzo. “Desde el inicio se intentó que fuera un espacio de incidencia para romper la hegemonía tan conservadora que hay en Guatemala”, dice a El Faro Juan Alberto Fuentes Knight, otro fundador de Semilla y exministro de Finanzas del Gobierno de Álvaro Colom, que gobernó entre 2008 y 2012. Fuentes Knight, auto exiliado desde agosto de 2023 por lo que él califica como una persecución política contra Semilla, fue uno de los dos padres que tuvo el grupo que acaba de ganar la presidencia guatemalteca. En mayo de 2014, él había regresado a Guatemala desde Chile, donde fungió como asesor regional para la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), tras salir del Gobierno de Colom. En Guatemala, se reunió con un viejo conocido suyo, Edelberto Torres Rivas, un respetado sociólogo, que en los años 70 fue de los primeros en institucionalizar el estudio de ciencias sociales para el área centroamericana, y con quien había trabajado en la elaboración de los informes anuales de Desarrollo Humano en Guatemala. Fuentes había sido el coordinador de aquellos informes; Torres Rivas, el asesor experto.
Elaboraron una lista de 12 mujeres y hombres, intelectuales y académicos, a quienes pensaban llamar para integrar el embrión de Semilla, que para entonces ni siquiera se llamaba así. Torres Rivas propuso a cuatro personas; Fuentes Knight, a ocho. No les costó integrarse. Todos eran amigos o se conocían de años, se frecuentaban. Torres Rivas era el referente del grupo. Las reuniones duraban un par de horas, eran semanales o quincenales, y ocurrían en la casa de Torres Rivas, en salones de algún restaurante en la zona 10 o 14, o en espacios prestados por organizaciones como la Fundación Friedrich Ebert. Cada uno llevaba su propia merienda o se dividían la cuenta.
El nombre “Semilla” fue idea de Ana María Moreno, esposa de Torres Rivas, dice Fuentes Knight. Entre risas, recuerda cómo surgió: “El primer comunicado que sacamos mencionaba como tres veces esa palabra, la maldita semilla, ja, ja, ja”. Esa primera proclama salió publicada en 2014, en elPeriódico, e iba sobre la corrupción y la falta de acciones para hacerle frente a la pobreza y la desigualdad, dice Giracca.
La proclama, dice la escritora, coincidió con una etapa a finales de 2014 en la que, como grupo, habían comenzado a “tomar decisiones más fuertes”. “Decisiones de pronunciarnos en los medios, de tener actividades y foros internos para buscar la salida a lo que estaba ocurriendo”, agrega. Ella había entrado a Semilla invitada por el propio Torres Rivas, quien había sido seguidor de su obra literaria. Giracca tiene cinco novelas publicadas por la editorial Alfaguara.
Una de las primeras actividades con las que Semilla decidió mostrarse al público fue durante una marcha icónica para la izquierda guatemalteca. El 20 de octubre de 2014, en la conmemoración de la “Revolución de Octubre”. Esa fecha conmemora el golpe que, en 1944, sacó del poder al poder militar e instauró la llamada “primavera democrática”. Semilla no tenía ni siquiera un logo. Las fotos de aquel momento muestran a Fuentes Knight, Giracca y otros caminando con una pancarta donde se lee “Movimiento Semilla” por una “Mayoría Alternativa”. Torres Rivas y su esposa marcharon esa vez.
El logo del movimiento —una letra G estilizada, color verde, con una semilla al centro— vino al año siguiente, en 2015. Surgió de un concurso interno, cuando se dieron cuenta de que la comunicación hacia el exterior iba a ser cada vez más constante. En la creación del logo participó Ana Cristina Castañeda, esposa de Fuentes Knight. “En algún momento pensamos en cambiar el logo por algo menos abstracto, pero así lo terminamos dejando”, dice Giracca, que reconoce con alegría que hoy en día la gente ha adoptado espontáneamente un nuevo logo: el emoji que aparece en lo chats, un brote que muestra un tallo y dos pequeñas hojas.
Para 2015, Torres Rivas estaba convencido junto con otros de que había llegado el momento de crear un partido. En una entrevista con El Faro, en septiembre de ese año, este exsecretario de Flacso ya vaticinaba el camino: “Por ahora no hay izquierda, hay pequeños grupos, minoritarios débiles, incapaces de enfrentar a los partidos tradicionales. Pero ya hay ahora nuevos elementos, hay una potencialidad de cambio, ahora hay un fuerte componente de voluntariedad, hay grupos organizados que ya dejaron la etapa de la espontaneidad”.
—¿Es posible que aquí [con la renuncia de Otto Pérez] se muera todo? —le pregunté en aquel 2015. Me refería a toda la efervescencia demostrada tras tantas semanas de protesta.
—Es posible que una generación se frustre y no haga nada. Pero también es probable que tenga una presencia fuerte, capaz de vencer al Partido Patriota. La salida de Pérez Molina empezó a educar a pequeños grupos menores dentro de una generación... ojalá fuera la generación completa… pero no es así.
Para “educar” a esa nueva generación, Torres Rivas y Fuentes Knight crearon Semilla y buscaron a aliados intelectuales como Bernardo Arévalo, con quien Torres Rivas había trabajado antes, después de los Acuerdos de Paz, entre 1996 y 1998, en un proyecto auspiciado por Naciones Unidas que buscaba que la sociedad guatemalteca encontrara consensos mínimos de cara al desarrollo. Torres Rivas había sido el jefe de Arévalo en ese trabajo.
Con el cambio de siglo, Arévalo no se quedó en Guatemala: navegó por el mundo implementando programas de pacificación de la mano de Naciones Unidas y de Interpeace, organización de la que fue representante latinoamericano en Ginebra, Suiza, desde 2005. Diez años más tarde, en 2015, Arévalo pidió el traslado de regreso a Guatemala.
En ese momento, “la plaza” estaba muy activa y Semilla tomaba forma. La incorporación de Arévalo fue algo que ocurrió casi en automático. “Edelberto y Bernardo se tenían un enorme respeto mutuo”, dice Giracca. Era una relación muy íntima, basada en el respeto intelectual, alimentada también por un cariño de amigos. Sus discusiones podían ser muy acaloradas, emocionantes. “Muchos de nosotros fuimos testigos de lo mucho que les gustaba reflexionar y pensar en soluciones, y a veces, cuando sentíamos que se ponían demasiado filosóficos, los demás los hacíamos volver a la tierra”, dice Giracca.
Una vez, Arévalo regaló a Torres Rivas una pintura: era un retrato de Torres que el propio Arévalo había hecho, interviniendo una fotografía de su amigo. En agradecimiento, Torres lo colgó en la sala de su casa y nunca lo quitó. Giracca dice que “casi nadie conoce esa veta artística de Bernardo”.
El proceso para ser reconocidos oficialmente como un partido por el Tribunal Supremo Electoral fue tan largo que Torres Rivas ya no alcanzó a verlo. Falleció el 31 de diciembre de 2018. Para entonces, Semilla ya no era solo una docena de nombres de académicos e intelectuales mayores de 40 años, sino que era un movimiento con una buena cuota de jóvenes y estudiantes con buena trayectoria en organización universitaria. “A los jóvenes les diría que la izquierda no es el comunismo que come niños (como se los han contado)”, había escrito Torres Rivas en una columna de elPeriódico el 24 de julio de 2016. “La izquierda puede ser un humanismo capaz de sentir las injusticias hacia otros en lo más hondo de lo que somos”.
Los intelectuales y la plaza
Si hubiera que encontrar el instante donde todo comenzó, la semilla original que provocó que Arévalo se decidiera a pedir el traslado desde Suiza, podría ser la tarde del 16 de abril de 2015. Y el lugar, uno de los últimos pisos del edificio del Ministerio Público en el céntrico Barrio Gerona de la capital guatemalteca.
En un salón de conferencias, sentados frente a periodistas estaban Iván Velásquez, jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), y Óscar Shaad, de la Fiscalía Especial contra la Impunidad (Feci). Ambos explicaban que, en ese preciso momento, a nivel nacional, se estaba capturando a personas relacionadas a un esquema de defraudación aduanera que comenzaron a investigar un año atrás. En los primeros minutos de la presentación, el caso “La Línea” no parecía que tuviera el poder de cambiar la historia de Guatemala. Poco a poco, en su exposición, Velásquez fue desentrañando la estructura criminal y nombrando a los involucrados en una secuencia piramidal: a la base estaban los funcionarios de bajo perfil, algunos ya detenidos; en la cúspide, los líderes de la estructura a quienes no habían capturado. Fue ahí cuando Velásquez mencionó a Juan Carlos Monzón, secretario privado de Roxana Baldetti, la vicepresidenta.
Monzón se había fugado, pero se entregaría a la justicia seis meses después, porque aquella pirámide que Velásquez mostró no hizo más que apuntalarse conforme fueron pasando las semanas, hasta tocar el mismo despacho de Otto Pérez, el presidente.
Esa noche, en Facebook, hubo otro momento clave. Lucía Mendizábal , de entonces 53 años, dedicada a bienes y raíces, posteó un mensaje colérico en “POLÍTICAMENTE INCORRECTO”, su página creada en 2012 y que aún sigue activa, con 11,700 seguidores: “Si en algún momento Guatemala necesita que TODOS salgamos a las calles a expresar nuestro repudio a la corrupción y exigir la devolución de los millones que se han robado, es ahora. Para qué esperar a las elecciones? El momento es ahora. Quienes se apuntan? O el discurso era puro cuento que sonaba intelectual?”, posteó minutos antes de la medianoche de aquel 16 de abril. Al día siguiente, una veintena de personas había respondido. Varios hablaron de la necesidad de viralizar la convocatoria, de invitar a más gente, de buscar aliados. “Pongan fecha y hora, adelante!!!!”, escribió uno. Entonces Mendizábal creó su hasthag #RenunciaYa y convocó para el día siguiente, sábado, a las 3 p.m.
Ese 25 de abril asistieron más de 25,000 personas a la Plaza de la Constitución. Desde ese día, las protestas continuarían al menos hasta mediados de septiembre, ya con un nuevo presidente, Jimmy Morales.
El grupo de intelectuales del Movimiento Semilla decidió acompañar las protestas de los sábados en la Plaza de la Constitución. Para Fuentes Knight, sin embargo, un momento clave de 2015 fue la participación de Semilla en la tradicional marcha del 20 de octubre que conmemora la Revolución de octubre. “Lo recuerdo bien porque fue la primera vez que vi que sí teníamos una masa crítica de gente, supe entonces que no nos estábamos tirando a una piscina sin agua”, dice Fuentes Knight.
El horizonte de convertirse en partido ya estaba definido.
Una izquierda con acceso a Washington
El 8 de mayo de 2015, la vicepresidenta Roxana Baldetti renunció presionada por las protestas en todo el país y por las revelaciones que demostraban su vinculación en La Línea. Cuando dejó el cargo, la presión de la calle y de las plazas se centró en Otto Pérez Molina. La presión también venía de Washington. Fuentes Knight e Irma Alicia Velásquez, otra fundadora de Semilla, antropóloga y académica maya K’iche´, fueron claves para conseguir ese respaldo de Estados Unidos.
Ambos viajaron a Washington en julio y con apoyo de Oxfam Internacional (de la cual era presidente Fuentes Knight) para reunirse con senadores, congresistas y funcionarios de la Casa Blanca y hablarles sobre la conveniencia de que Pérez Molina fuera sustituido por un gobierno provisional. “Como resultado del viaje, comenzó a identificarse a Semilla con la posición de contar con un gobierno interino, de transición”, dice Fuentes Kight.
Semilla, con aquella visita a Washington y apariciones mediáticas importantes, como en CNN , demostraba que no toda la izquierda guatemalteca estaba peleada con Estados Unidos, pero que además tenían acceso al Capitolio y la Casa Blanca. “En Washington dijimos que se podía pensar en un gobierno de transición y eso generó un revuelo porque en Guatemala creyeron que queríamos dar un golpe de Estado”, recuerda Fuentes Knight.
Thomas Shanon, subsecretario de Estado del Departamento de Estado de la administración Obama y casado con una guatemalteca, los recibió a ambos. Le plantearon la idea del gobierno provisional. “La idea la tomaron bien, incluso en el lado republicano lo tomaron mejor, quizás por su tradición más intervencionista”, dice Fuentes Knight, con un dejo de sarcasmo.
El exministro asegura que el viaje no fue para presentar a Semilla como futuro partido político. Pero en agosto de 2015 dijo al periódico Nómada que sí había insistido “en la necesidad de un apoyo al movimiento social independiente en Guatemala (...) Sí, fui a hacer lobby: igual que aquí en Guatemala acompañamos al movimiento social sin pretensión de ser vanguardia, es evidente la incidencia que tiene el factor externo”.
Dos meses después, el 3 de septiembre de 2015, Pérez Molina fue destituido por el Congreso guatemalteco cuando le faltaban cuatro meses para terminar su mandato reglamentario. La Embajada de Estados Unidos emitió un pronunciamiento de complacencia con la remoción de Pérez Molina y dijo que esperaba trabajar con el presidente interino, el vicepresidente Alejandro Maldonado, que había sido juramentado por el Congreso. Semilla demostraba su articulación con el exterior. “Siempre supimos que teníamos que articularnos hacia afuera”, dijo Fuentes Knight en la nota de Nómada .
“Llévennos con quienes están arriba de ustedes”
Definido el horizonte para ser partido, había que comenzar a andar. El 20 de octubre de 2015, el movimiento aprovecharía la marcha de la conmemoración de la Revolución de Octubre para buscar más adhesiones. El 20 de noviembre, tendrían su primera prueba de fuego y debían reunir a por lo menos 450 personas interesadas en firmar el acta de constitución del grupo promotor del Movimiento Semilla.
El día de la actividad, se superaron las expectativas: llegaron como 600 personas. “Fue el momento que marcó el modo de cómo sería todo de ahí en adelante”, dice Román Castellanos, diputado de Semilla y actual subjefe de bancada. Se refiere a que no hubo gente “acarreada”, llevada en buses o retribuida con dinero o comida por su asistencia. Cada vez que Semilla organiza concentraciones o eventos, un motivo de orgullo parece ser eso: que tienen seguidores orgánicos, que creen en la causa.
Después de aquella asamblea de 600 personas en el Parque de la Industria, Semilla pudo crear su “Comité pro formación de partido”, una especie de autoridad provisional partidaria que debía conseguir al menos 23,000 afiliados, organizar bases en al menos 12 de los 22 departamentos y 50 de los 340 municipios del país. La tarea era tan grande que nadie quería aceptar el cargo.
“Yo no quería un puesto, yo solo quería colaborar con Semilla, porque incluso hasta estaba pensando en ahorrar e irme a estudiar afuera”, confiesa Castellanos. Pero una amiga lo postuló para uno de los cargos más importantes. Y durante el fin de semana, otro amigo lo postuló también, y luego otro, y otro... “Terminé mandando mi hoja de vida, pero les pedí que me asignaran una vocalía o una suplencia”. Castellanos seguía pensando en que podía irse del país.
A los pocos días, uno de los responsables del proceso de selección del comité le llamó por teléfono. “Felicidades, has sido seleccionado como secretario de formación política”, escuchó Castellanos. “¿Hasta cuándo tengo para confirmarte?”, regateó. “Hasta ahorita mismo”. Castellanos aceptó el cargo. Era marzo de 2017.
Cuatro meses más tarde, el 14 de julio de 2017, Semilla logró inscribir en el TSE su “comité pro formación de partido político”. Faltaban dos años y tres meses para las elecciones generales de 2019, pero se sabía que el comité iba a tener que trabajar a contrarreloj.
Al movimiento ya se habían incorporado personas más jóvenes, como Samuel Pérez Álvarez, entonces un recién graduado de economía de la jesuita Universidad Rafael Landívar, y expresidente de una asociación de estudiantes que fue clave en las protestas de 2015, los “Landivarianos”. También mujeres académicas como Patricia Orantes, bióloga de la Universidad de San Carlos y exsecretaria General de Planificación del gobierno del Óscar Berger (2006-2008).
Castellanos, Pérez y Orantes se metieron de lleno al territorio para conseguir las 23,000 adhesiones y armar las estructuras en municipios y departamentos. Necesitaban dinero para la logística. Pensaron en abrir una cuenta bancaria, pero la banca les bloqueó acceso por considerarlos un ente de riesgo. Semilla se convirtió entonces en el primer comité pro formación de partido en sacar un Número de Identificación Tributaria (NIT). Solo así pudieron abrir una cuenta de banco, la cual consiguieron hasta dos años después.
En las giras por los pueblos, cada quién se bolseaba como podía. Las reglas para formar un partido —decía Pérez en aquellos días— parecían creadas para que nadie pudiera crear partidos, salvo los que tenían mucho dinero. “Es muy trágico que para hacer política, organizarte, necesitás ciertas condiciones materiales mínimamente resueltas, eso es un privilegio”, dice Castellanos.
Buscaron contactos con líderes, personas de referencia, profesores, pequeños empresarios. A veces eran reuniones con una persona o con cinco, nunca más de diez. Fuentes Knight ayudó también con los contactos.
“Llegábamos Samuel, Patricia y yo y nos decían, ‘nos parece muy bien la idea, parece un buen proyecto, pero queremos que nos manden a los que están arriba de ustedes’”, recuerda Castellanos. Otras veces, lo que pedían era el contacto con los que estaban “detrás” de ellos. “No entendían que quienes importan somos los de abajo”, dice Samuel Pérez. En el fondo, aquello era a lo que estaban acostumbrados: partidos sin ideología que llegaban y ofrecían dinero a cambio de respaldo. Si no era dinero, eran espacios para buscar cargos de elección popular, plazas en las alcaldías o proyectos de infraestructura.
A Semilla le tocó cuadruplicar la cantidad de firmas mínimas exigidas por el TSE porque miles de ellas fueron rechazadas. “Nos tocó perfeccionar nuestro método, verificar los pequeños detalles, pedirle a la gente que tuviera más cuidado cuando firmaba en el papel”, dice Castellanos. Pero también había dolo: a Castellanos, su propia firma de respaldante de Semilla le fue rechazada tres veces por el TSE. El TSE la admitió hasta que Castellanos envió una carta de reclamo presentándose como secretario de formación política del partido. Y lo mismo le pasó a más gente, como a Samuel Pérez o a Andrea Reyes, abogada y ahora diputada electa, otra exdirigente de Los Landivarianos.
La meta era conseguir unas 1,000 firmas por mes, pero estaban muy lejos de conseguir ese ritmo. Entonces cambiaron de estrategia y crearon equipos de tarea dedicados de lleno a buscar las 23,000 firmas requeridas. A los miembros de los equipos de tarea comenzaron a pagarles entre cinco y siete quetzales por cada firma que recolectaban. El dinero salió de préstamos que Patricia Orantes, su esposo y otros miembros de Semilla realizaron y que aun seis años después siguen sin cobrar. No Ficción reveló que Semilla tiene cinco veces menos deuda que maquinarias electorales como la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE).
Rosados, a mucha honra
Surgir y navegar con una bandera de izquierda en un país donde ese adjetivo se vinculaba a los partidos surgidos de la exguerrilla y de la resistencia antiimperialista de antaño también supuso un reto para Semilla. A los intelectuales del movimiento los tildaban de “moderados”, vinculados a la cooperación internacional y herramientas del imperialismo estadounidense.
Uno de los autores más citados cuando se alude a la durísima crítica que recibía Semilla en aquellos años es el escritor Mario Roberto Morales, fallecido en 2021. “Los chavos profesionales de la indignación placera sabatina no son de izquierda rosada: ellos son los ufanos ‘nuevos políticos’ de la ultraderecha neoliberal”, escribió en aquellos días.
Anabella Giracca señala que esas críticas tenían a la base que Semilla no repetía las formas de la lucha de los viejos proyectos de izquierda: “No queríamos caer en un pasado que conocíamos y que había tenido una importancia significativa para la historia del país pero que no queríamos repetir”, dice la escritora. “Nuestra propuesta podía verse como pálida, pero no lo era. Nuestra visión era de una izquierda democrática, progresista, conocemos profundamente Guatemala”, agrega. “Las críticas no nos afectaron nunca, por el contrario, nos empoderaron, y bromeamos en algún momento salir con camisas rosadas a la calle”.
Román Castellanos también recuerda esas críticas: “Eran los mismos que nos decían que no íbamos a obtener más de dos a tres diputados (obtuvieron siete en 2019), nos repetían que todo estaba mal, como que daban por sentado que no hay nada posible en este país y que quien lo intente va a fracasar”.
A Semilla también se le achacaba su aire urbano. Pero la crítica parecía perder de vista que esa cualidad solo la tuvo en una etapa muy inicial. Porque en la primera asamblea de 2015, en el Parque de la Industria, fundadores líderes de San Marcos, Totonicapán, Sololá, Chimaltenango y Sacatepéquez habían firmado el acta. Y hubo entre ellos gente que en 2017 ocupó cargos de dirigencia junto a Castellanos, en el “comité pro formación”. Ahí estaban Delfina García, líder maya K’iche´ de Totonicapán, o Marta Lidia, dirigente Kaqchikel en Chimaltenango.
“Que sea urbano no significa que sea homogéneo”, añade Castellanos. Él se pone a sí mismo como ejemplo. Vive en la capital desde hace 17 años, pero nació y creció en Cobán, a cuatro horas de la capital, habla Q’eqchí, igual que su madre, y tiene una carrera universitaria.
En mayo de 2018, cuando faltaban siete meses para que se venciera el plazo de presentar sus candidatos a presidente, diputado y alcaldes para la elección general, Semilla ya contaba con 18 departamentos y 57 municipios organizados. Las firmas conseguidas no eran pocas, pero seguían siendo un lastre. El dinero, como siempre, escaseaba. Ese mes, un boletín del partido informaba a los afilados que en un almuerzo bailable habían logrado recoger unos 2,000 dólares (14,100 quetzales) para apoyar la recolección de firmas. Prometían una venta de obras de arte para el siguiente mes.
Dos meses más tarde, el TSE reconoció a Semilla como partido. El partido ya tenía presencia en 80 municipios de 20 departamentos, y las firmas aprobadas habían superado las 25,000.
Un trauma y la inspiración en el Bukele “de antes”
En junio de 2018, cuando faltaba un año para las elecciones, Semilla informó a sus bases que había hecho “un primer acercamiento” con Thelma Aldana, exfiscal general de Guatemala (2014-2018) y su equipo, y que intentarían “unir esfuerzos”.
Aldana era la estrella del momento para los sectores progresistas del país. Había sido la jefa del Ministerio Público responsable de poner tras las rejas a Pérez Molina y a la vicepresidenta Baldetti por el caso de La Línea, y también había investigado y acusado por financiamiento ilícito al presidente que les sucedió, el excomediante Jimmy Morales. No había en Guatemala —con excepción del comisionado de Cicig, Iván Velásquez— un rostro más claro de la lucha contra la corrupción que Aldana. Tan popular era ella que cuando salió del MP formó un movimiento político denominado Plataforma Ciudadana, y rápidamente comenzó a organizarse en el territorio con ayuda de asesores. Entre ellos, un salvadoreño .
“Thelma era la figura de la lucha anticorrupción y Semilla nació de ese ciclo de movilizaciones. Había coincidencia natural”, dice Castellanos. Y aunque había en Semilla gente dudando de la conveniencia de otorgar la candidatura a alguien que no fuera 100 % Semilla, “ganó el peso de la coyuntura”, dice Castellanos, en referencia a que había que aprovechar el “momentum anticorrupción”.
El argumento de los que dudaban de la candidatura de Aldana era que se iba empoderar a una persona en detrimento de la estructura orgánica de Semilla. En 2004, había ocurrido algo parecido cuando tres partidos pequeños de izquierda impulsaron la candidatura de un externo: Álvaro Colom. Quedaron en segundo lugar con el 12 % de los votos, y ese respaldo Colom se lo llevó consigo a la UNE en la siguiente elección que ganó. La estructura de los tres pequeños partidos de izquierda quedó debilitada.
Semilla intentó una alianza con el izquierdista partido Encuentro por Guatemala, pero no cuajó, así que Aldana se quedó con Semilla. Y pese a la imagen positiva que eso causaba, se generó un pequeño trauma interno porque la Plataforma Ciudadana de Aldana se sintió con el derecho de poner sus candidatos a alcaldes y diputados. “Fue una alianza que en términos institucionales generó muchos encontronazos”, dice Castellanos. “Más que convicción había oportunismo en algunas candidaturas que puso la Plataforma de Aldana”. Castellanos contó el caso de un candidato que dijo que la guerra había quedado atrás y que el esclarecimiento histórico no importaba. Y también el caso de los candidatos a la municipalidad en El Estor, que operaban a favor de la minería transnacional. “¿Qué podíamos hacer ante esas situaciones si era lo que se había acordado con la candidata?”, se pregunta Castellanos.
El bloqueo de la candidatura a Aldana surgió del TSE, promovido por la UNE, cuya candidata, Sandra Torres, competía entonces por segunda vez consecutiva. La UNE solicitó impedir la candidatura de Semilla por la falta de finiquito de Aldana debido a una supuesta investigación abierta en la Fiscalía contra ella por la compra de un edificio mientras dirigió el MP. “Ese tipo de bloqueos a candidatos se inauguró con Semilla, antes no había visto nada parecido”, dice Castellanos.
A partir de entonces, Semilla incorporó en sus criterios para elegir candidatos que estos debían haber surgido de sus propias filas y tener “cero riesgo legal”. La candidatura de Aldana fue bloqueada definitivamente en mayo de 2019.
Para ese momento, Semilla y Aldana mostraban muchas simpatías hacia un político de un país vecino. Nayib Bukele acababa de ganar en febrero la presidencia de El Salvador. “Una gran motivación para seguir trabajando contra el pacto de corruptos. Gracias Nayib!! Adelante Presidente!! @NayibBukele #NoAlPactoDeCorruptos”, escribió Aldana en su Twitter, el 6 de febrero de 2019, al tiempo que mostraba una foto de ella sosteniendo una biografía de Bukele, aparentemente autografiada por él. Samuel Pérez, entonces secretario general de Semilla, explicó en marzo de ese año que Bukele y Aldana estaban en comunicación para implementar un proyecto parecido a la Cicig en El Salvador.
Con el paso del tiempo, Bukele no solo eliminó la Cicíes, sino que también desmanteló la institucionalidad democrática en El Salvador, sustituyó fuera de plazo al Fiscal General y a la Sala de lo Constitucional, renegó de los derechos humanos y del esclarecimiento de crímenes de guerra, y ha vuelto del secreto una práctica oficial de su Gobierno. Queda por ver cuánto de aquella simpatía inicial se mantiene ahora. Bukele, un presidente popular no solo en El Salvador y en la región, ha sido usado por algunos miembros de Semilla como para criticar a los adversarios locales. Samuel Pérez, diputado de Semilla, publicó al menos ocho tuits entre 2017 y 2022 con alusión a Bukele. “Sobre la gestión de las vacunas: Mientras Giammattei busca a quién echarle la culpa de su incompetencia, Bukele busca soluciones”, tuiteó el 18 de abril de 2021. El último tuit fue del 19 de enero de 2023. Bukele escribió: “Cuando un gobierno no combate efectivamente la criminalidad, no es porque no tenga la capacidad de hacerlo, sino porque los cómplices de los criminales son los que están en el gobierno” y a ello Pérez replicó con un emoji de ojos saltones y etiquetó al presidente Giammattei.
Semilla en el Congreso: un trampolín
En las elecciones de 2020, Semilla obtuvo siete diputados del Congreso, dos más en el Parlamento Centroamericano, tres alcaldes, y 22 sillas en una quincena de municipalidades en todo el país. El principal reto fue operar con alguna relevancia en un Congreso de 160 diputados, altamente fraccionado y donde el partido en el Ejecutivo, Vamos, instauró rápidamente una alianza de gobernabilidad con partidos tradicionales.
“Nuestra agenda la intentamos cruzar con otros partidos, pero bien rápido entendimos el rol que nos tocaba jugar, en seis meses nos dimos cuenta”, explica Castellanos. Con Bernardo Arévalo como jefe de bancada de Semilla, en las primeras semanas, intentaron consensuar acuerdos, reformas o incluir artículos en las leyes aprobadas. Pero se dieron cuenta de que lo que ganaban era minúsculo comparado con lo que perdían. “Apoyábamos iniciativas en las que terminaban ganando los aliados del gobierno y nosotros perdíamos credibilidad y legitimidad”, dice Castellanos.
Seis meses tardaron en abrazar otra estrategia. “Nadie estaba interesado en nuestra agenda, además estaban atentando contra las libertades de expresión y asociación (reprimiendo manifestaciones) y persiguiendo operarios de justicia como la jueza Aifán o el fiscal Sandoval”, dice Castellanos. Entonces pasaron a la resistencia y a “oponerse frontalmente contra el régimen”.
Cada vez que alguien de la bancada tenía una intervención pública, las redes de Semilla divulgaban el mensaje, porque no siempre tenían cobertura de los medios oficiales del Congreso. Así lograron captar más y más adeptos y hoy en día no hay ningún partido político en Guatemala que tenga tantos seguidores en redes sociales como Semilla.
En noviembre de 2020, el Congreso iba a aprobar un presupuesto general de la nación con paradojas grotescas como que, mientras se rebajaba el dinero para el combate a la desnutrición, el Congreso aumentaba su estipendio para gastos de alimentación. Semilla votó en contra.
Castellanos asegura que el presidente de la Comisión de Finanzas se le acercó en ese contexto:
—Miren, muchá, ustedes tienen que saber que el poder se ejerce y eso es lo que estamos haciendo.
—Mirá, lo que vos tenés que saber es que ahí donde hay poder, hay resistencia —le respondió Castellanos.
Al día siguiente, miles, de personas salieron a las calles a protestar, habían escuchado los mensajes de Semilla. Eso provocó que la alianza entre Vamos y los otros partidos conservadores tuviera que guardar la iniciativa. Al día siguiente, el 21 de noviembre, dos manifestantes perdieron un ojo durante las protestas, cuando la Policía disparó balas de goma. A aquella tragedia se le conoce ahora como la del 21N, y por ella Semilla interpeló al director de la Policía y al Ministro de Gobernación. En la sesión legislativa de interpelación, Pérez hizo algo simbólico pero efectivo comunicacionalmente: redactó una carta de renuncia y durante la interpelación se la puso enfrente al ministro, mientras le decía que le estaba ayudando a renunciar. Una carta similar había circulado en 2015, para exigir la dimisión de Otto Pérez.
Desde el Congreso, el resto partidos respondían. “El Congreso no cubría ni publicitaba nuestras intervenciones, no teníamos escritorios, a veces no había papel… no nos daban la palabra, no leían nuestras iniciativas...”, dice Castellanos.
Afuera, las voces críticas volvían a surgir desde los sectores de izquierda radical y desde el activismo histórico de izquierda. “Nos decían que no gritábamos suficiente y que no éramos valientes. Nos cuestionaban el rigor de nuestras posturas y hasta nos decían que quizás creíamos que estábamos en un Congreso en Suecia, no en Guatemala”.
De groupie a diputada electa
Sin demasiado dinero en la cuenta de banco, aun pese a las aportaciones de empresarios como Luis Von Ahn, guatemalteco creador de Duolingo, que donó 100,000 dólares a Semilla, la estrategia para la campaña electoral 2023 se centró en buena medida en redes sociales y en pequeños encuentros directos con la gente. La ventaja, según diputados como Castellanos, es que tenían claro por dónde llegarle a la gente. “Todos los partidos han perdido la noción de verdaderamente representar a la ciudadanía, no conectan con nadie y nosotros supimos que teníamos que llenar ese vacío”, dice.
Lo hicieron en la campaña 2019-2020 y les funcionó. “Bonaparte dijo una vez: ataca y luego verás. Y eso nos repetíamos con Samuel permanentemente”.
En la elección del 25 de junio de 2023, Semilla sorprendió tras colarse al balotaje con el partido de Sandra Torres, la UNE. Pero también hubo otros hitos como que la bancada triplicó el número de diputados (de siete a 23) para convertirse en la tercera fuerza del Congreso. Además, en el distrito central había logrado sacar siete de 11 diputados, algo que ningún partido había logrado en décadas. “En algún momento quisiera hegemonizar, esa es la aspiración mayor que tengo”, dice Castellanos. Dos diputados de Semilla abandonaron el partido entre 2020 y 2022.
El efecto Semilla permite que hoy, Elena Motta, de 22 años, vaya a ser la diputada más joven en la historia de Guatemala. Estaba en la casilla siete del distrito central, con pocas probabilidades de entrar, pero la marea de votos fue tal que quedó. Cuando le ofrecieron el puesto, lo dudó por su novatez, pero dice que una película de Disney le ayudó a decidirse: “El diario de la princesa”, que cuenta la historia de una princesa a la que prematuramente le toca asumir como reina.
Su camino al Congreso es una suma de pequeñas anécdotas: en 2015, cuando tenía 14 años, las multitudinarias protestas parecían algo incomprensible hasta cierto punto. Un sábado que fue al mercado con su mamá, le pidió que fueran a ver, quería conocer qué era una protesta. “Estuvimos como diez minutos”, dice Motta. Sus padres, a quienes ella define como “un tanto conservadores”, nunca la animaron a participar ni tampoco participaron. “Después entendí por qué. A mi papá le habían matado a varios amigos cuando estudiaba en la USAC, y creían que si yo iba a cualquier protesta podía haber una represión por parte de la Policía”.
Como no podía ir a las protestas, siguió las manifestaciones en el Facebook Live del medio Emisoras Unidas y recuerda una en particular, el paro nacional que hubo el 27 de agosto de 2015. “Me conmovió que se juntaron las universidades. Yo lloraba y veía que había estudiantes de la Landívar. Después los conocí a todos los que salieron ahí”.
En sus últimos años en el Colegio Windbridge de la Zona 1, Motta recuerda unas clases optativas de geografía económica que impartía un sociólogo de la Universidad de San Carlos. Ahí supo la historia de la Revolución de Octubre. “Yo solo pensé… ¿por qué nadie me había hablado de estos señores, Arévalo Bermejo, Arbenz?”
Cuando sus papás le preguntaron qué carrera elegiría, Motta dijo que leyes. Al inscribirse, por un descuido y no fijarse en una pestaña desplegable, terminó inscribiéndose en Ciencias Políticas. Consiguió una media beca y entró a la Landívar. Durante una actividad con agrupaciones estudiantiles, Motta conoció a los diputados Samuel Pérez, que tenía menos de un año de haber sido electo por Semilla, y Andrea Villagrán (en ese momento diputada por el partido Bien), y a partir de ahí comenzó a seguirlos en Instagram y en Twitter. “Comencé a sentirme representada por Semilla, me gustaban los speech que se tiraban”.
El 20 de octubre de ese año, para la conmemoración de la Revolución de octubre, Bernardo Arévalo, jefe de bancada Semilla, subió a redes un video en el Instituto Guatemalteco del Seguro Social de la Zona 6 que lleva por nombre el de su padre, Juan José Arévalo Bermejo. “Cuando dijo que su papá no sé qué, yo no lo podía creer. ¿Cómo así que Juan José Arévalo todavía tenía hijos vivos? Fui a Google, vi que sí, él era hijo de Juan José Arévalo. Yo fui la más feliz, le conté a mis amigas”.
José Carlos Sanabria, politólogo y ahora diputado electo, daba clases en la Landívar y esa fue otra coincidencia que terminó de ilusionar a Motta. Sanabria era el asesor de Arévalo. “Yo le pregunté si las pasantías las podía hacer con ellos y me dijeron que sí”. En diciembre, Motta se afilió.
La noche de la elección, Motta estaba meditabunda. Por los desempeños previos, sabía que en el distrito central iban a entrar cuatro diputados. En las primeras horas vio que la tendencia era fuerte. El medio Plaza Pública habilitó una plataforma para hacer cálculos y proyecciones, así que con la laptop que había llevado al hotel de Las Américas, donde Semilla tenía su comando de campaña, hizo números. En eso estaba cuando alguien se le adelantó y le dijo: “si sigue así, vos entrás”. Motta dice que trató de guardar la calma, pero se apartó y siguió haciendo cálculos. Rezaba, lloraba, trataba de calmarse. A las 10 de la noche, Motta, que vive con su papá, le llamó por teléfono para decirle que llegaría en la madrugada, que no se preocupara. “Papá, creo que voy a ser diputada”, dijo Motta.
Ese 25 de junio, un partido del que nadie esperaba un desempeño extraordinario, un partido que había comenzado como blanco de críticas incluso de escritores de izquierda, que había iniciado con reuniones en la que sus miembros compartían la cuenta, y que luego incluyó a candidatas tan jóvenes que aseguran haberse inspirado en una película de Disney, ganó el pase al balotaje, y luego, el 20 de agosto, la elección presidencial. Ganó finalmente con 2.4 millones de votos, casi 900,000 votos más que el partido UNE de Sandra Torres, que había buscado alianzas de última hora con el sector tradicional de Guatemala, el mismo que puso y quitó presidentes en los últimos diez años.
La celebración, sin embargo, no duró mucho. Semilla tiene por delante un escenario adverso en el que la FECI lo ha intentado desaparecer como partido político a través de una solicitud de retiro de la personería jurídica y de una investigación por supuesta falsedad documental en algunas firmas que permitieron su inscripción. Bernardo Arévalo incluso denunció ante la Comisión Interamericana de Derecho Humanos (CIDH) que él y su compañera de fórmula Karin Herrera fueron víctimas de, al menos, tres planes para asesinarlos. “Si gano la presidencia, habrá intentos de evitar el traspaso de poder”, dijo Arévalo una semana antes de su triunfo en una entrevista con El Faro. La historia de Semilla se sigue escribiendo. Gran parte de esa historia intentan escribirla ahora mismo fiscales cercanos al poder que fue derrocado.